Los últimos años de búsquedas, investigaciones y descubrimientos, junto a los debates emprendidos en el movimiento espírita acerca de los textos de Kardec, nos han conducido a una “esquina” del tiempo bastante interesante. Decimos “esquina” para representar, figuradamente, la perspectiva (oportunidad) de decidir y escoger entre alternativas posibles.
Mucho ha sido descubierto acerca del propio Codificador, sobre su método y estilo de trabajo, y, hasta el contenido de sus obras, considerando que ocurrieron alteraciones significativas en algunas de ellas que pudieron comprometer lo que llamamos la teoría espírita fundamental. Por otro lado, como la tendencia humana, es casi siempre, la del sobredimensionamiento, mitificación y endiosamiento, mucho de lo que nos llegó hasta la década de 1990 sobre la personalidad de Rivail-Kardec, estuvo casi siempre envuelto en una niebla de “superioridad” e “infalibilidad”. Así, por ejemplo, la cinematografía reciente (“Kardec, la historia tras el nombre”, Wagner de Assis, 2019) nos revela un personaje profundamente humano, con sus inquietudes, recelos, certezas, dudas, verdades, aciertos y errores, aproximando al Maestro a sus discípulos: nosotros.
Desvelar esos y otros horizontes es fundamental para el adepto de la Doctrina de los Espíritus. Recordemos que Kardec jamás pretendió decir “la verdad” o “la última palabra”. Y no concibió la filosofía como algo estancado y acabado. Dos proposiciones de Kardec certifican eso: una, la de que el Espiritismo sería una ciencia filosófica progresiva, respaldada en el descubrimiento de nuevas explicaciones sobre las cuestiones materiales y espirituales, por lo que deberíamos nosotros indagar y preguntar a los espíritus acerca de asuntos que no existían en el período 1857-1869; y, otra, la de que el Espiritismo debería acompañar de cerca los progresos de las ciencias materiales, los cuales podrían validar algunas de las teorías espíritas o avanzar en términos de conocimientos no abordados o primariamente tratados por la Doctrina.
Colocadas estas premisas, es preciso caracterizar la autonomía de los espíritas. El ser espiritual es autónomo justamente por la principal conquista derivada de la consciencia de sí mismo: la libertad de pensar, de expresarse y actuar, que es conceptualizada por la Filosofía Espírita como libre albedrío. Y, como no hay libertad total, plena, completa, puesto que todos los “seres de la Creación” se hallan sujetos al dominio y al imperio de las Leyes Espirituales, podemos decir, espíritamente, que también en relación con el libre albedrío hay límites. Pero la limitación de nuestras voluntades y potencialidades no significa la anulación de la libertad y, por consiguiente, de la autonomía. Vayamos a algunas cuestiones puntuales:
La primera de ellas es el concepto (y la amplitud) de Dios. ¿Qué es el Dios de los espíritas? ¿Cómo es simbolizado o entendido? ¿Qué idea hacemos de Dios? ¿Cuál es la incidencia de él en nuestra existencia diaria?
Obsérvese que las construcciones filosófico-morales derivadas de visiones religiosas, del presente y del pasado, son de una influencia casi irresistible. Y esto repercute en la idea que tenemos respecto del papel de Dios en el Universo, en la Creación, y en nuestra vida individual y colectiva cotidiana.
Expresiones como “si Dios quiere”, “gracias a Dios”, “sea hecha la voluntad divina”, “Dios al mando”, “Dios permite”, “Dios limita”, “Dios provee”, “Dios bendiga”, entre otras, forma parte de nuestro imaginario espiritual-vivencial. Son una especie de mantra, de aura protectora, o asumen la función de protección o resguardo, así como pueden tener un efecto terapéutico (placebo) de conformidad con las realidades u ocurrencias de la vida.
En Kardec, -esto es, en el conjunto de sus 32 obras- también vamos a encontrar algunas de estas afirmaciones, preponderantemente en páginas firmadas por Espíritus Superiores, concebidas para contextualizar la incidencia de las Leyes Espirituales en la existencia humana y planetaria, pero que resultan de la interpretación personal de aquellos Espíritus y, en este sentido, también se hallan impregnados de conceptos de las religiones, es especial la cristiana, que materializa la idea de un Dios antropomórfico. Entonces, en estos textos, hay un Dios “controlador”, “fiscal” de las conductas humanas, “presente”, “actuante” y ejecutor de las leyes espirituales en individuos o colectividades.
Así entendido, o sea, situando a Dios como aquel que interfiere decisivamente en nuestras vidas se pierde el concepto de autonomía espiritual o, por lo menos, se reduce tal concepto a un estadio de seres condicionados a la “voluntad divina”. Así, todo sería “por la voluntad de Dios”, inclusive los errores de los días más comunes de nuestra existencia en los que “respondemos” en la medida de nuestras posibilidades y potencialidades, puesto que “en la Naturaleza nada da saltos”. No precisamos de un aguijón externo presente en la “mano de Dios” para hacernos volver a lo “cierto” después de haber experimentado lo “errado”. No es Dios quien “administra” las Leyes enviando recompensas o castigos, o alterando el curso natural de la vida, de los mundos, del Universo. ¡Son las leyes universales! Y ellas son, utilizando un término que nos parece bien comprensible, AUTOMÁTICAS, aplicándose, como dijo aquel Carpintero, “a cada uno según sus obras”.
Kardec, incluso, se deja contagiar, sea por su propio “equipaje” espiritual –de la existencia en que codificó el Espiritismo (1804-1869) y de las anteriores- sea por la influencia de textos que seleccionó como compatibles con los principios espíritas. Y en este sentido, podemos vislumbrar el entusiasmo que debe haber sido una constante en aquel hombre maduro, al estar próximo de tantas inteligencias luminosas que le trasmitían respuestas verosímiles hasta para cuestiones menores de la existencia. ¿Quién de nosotros no sería influenciado? ¿Quién de nosotros no tomaría como referencia aquellos escritos, adoptando poco a poco, la misma forma de escritura? Evaluemos esto.
Hablando de influencias, vamos a buscar otro elemento para este artículo: el de la influencia de los espíritus (desencarnados) en los actos de la existencia humana. Esta se halla en el ítem 459 de El libro de los espíritus. Muchos han leído “N” artículos o escuchado “X” lecciones al respecto, todas interpretativas del mayor o menor grado de influencia espiritual a la que estamos sujetos como consecuencia de las restricciones que derivan del envoltorio físico.
En este contexto, hay, igual que en el tema anterior (Dios), un preocupante limitador del entendimiento espírita-espiritual. Interpretando la extensión de esta influencia podemos pensar en dos situaciones que, por cierto, suelen ser comunes en las conversaciones entre los espíritas:
La primera: los Espíritus Superiores realizarán las “transformaciones” necesarias en el ambiente planetario en el que nos encontramos, haciendo “brotar” en la inteligencia de personas influyentes de nuestro tiempo (gobernantes, legisladores, juristas, científicos, por ejemplo), “fórmulas”, “soluciones”, “alternativas”, “descubrimientos”, justamente porque ellos, por estar al frente, ya tendrían conocimientos más amplios o habrían experimentado situaciones en otros mundos, que les permitirían contribuir a la solución de problemas enfrentados por el nuestro.
La segunda: la de que este grado de influencia sea tan acentuado que nos dificulte la libertad de pensamiento, de escogencia y de decisión, hasta el punto de considerar todo o casi todo como una influencia negativa u obsesiva, derivada de nuestros desafectos espirituales, tornándonos así, presas fáciles de entidades desencarnadas, que, por no estar “en la carne” se hallarían libres para perseguirnos donde quiera que nos encontremos.
En el primer contexto, ¿qué mérito tendrían los encarnados que se dedican a innumerables áreas del conocimiento humano en la búsqueda, teorización o aplicación de sus conocimientos? Hay que pensar en el esfuerzo individual que realizan los seres que en este mundo físico se dedican a la resolución de las infinitas cuestiones de la vida, valorando sus esfuerzos y los resultados obtenidos, impulsando el progreso individual en el marco de la escala evolutiva.
Por otra parte, el vector que entrelaza los espíritus es la voluntad humana la cual nos coloca como el punto de partida de cualquier relacionamiento, por la ley de las afinidades, con los semejantes, estando ellos desencarnados o encarnados. Como la fuerza motriz es el pensamiento, el cual antecede a las palabras y a las actitudes, somos nosotros quienes atraemos a los afines y damos oportunidad para que ellos nos influencien.
De ahí que la afirmación cabal de los espíritas acerca de la influencia de los desencarnados, principalmente sobre los encarnados, esté centrada en el axioma: “más de lo que pensáis; a menudo son ellos quienes os dirigen”, dada la condición de que seríamos muy influenciables por las “opiniones” de otros. Esto podría llevar a la abdicación de nuestra capacidad de entendimiento, análisis y decisión, para constituirnos en “títeres” de los otros.
Por fin, es necesario decir que las cosas en general, asumen de plano una posición de neutralidad. Un cuchillo, un automóvil, un avión, una botella de bebida alcohólica, un instrumento de trabajo, un utensilio doméstico, un elemento para la diversión, concebidos para determinada finalidad, pueden, por la acción humana, alterar significativamente su función según el uso que le demos. Todo, pues, es inicialmente neutro.
Lo mismo se da, idealmente, en relación con las personas, individualidades, espíritus. Podemos, como seres imperfectos que somos, tender hacia el “bien” o hacia el “mal” de acuerdo con nuestras convicciones, intereses, gustos, preferencias, simpatías o intenciones.
Encarnados y en diversas circunstancias de la existencia, demostramos esto diariamente. Podemos construir o destruir. Elevar o rebajar. Valorizar o depreciar. Conciliar o separar. Unir o separar.
Lo que no podemos abandonar, sea en relación a Dios o sea en relación a nuestros pares, encarnados o desencarnados, es nuestra AUTONOMÍA. ¡Seamos quienes realmente somos! Decidamos sobre nosotros mismos. Pensemos en que nuestras escogencias sean las mejores posibles. Como cantó el poeta, la idea principal es la de que seamos nosotros los protagonistas de nuestra vida, material y espiritual, ya que “cada uno sabe el dolor y la delicia de ser lo que es”. Y no lo que otros quieren que seamos.
Marzo de 2021
Traducido por Jon Aizpúrua
Marcelo Henrique expone que lo ideal para el espiritista es ser pensante, racional, científico y no depender de Dios y desencarnados para la toma de decisiones. Seamos dueños de nuestra vida. Asumamos la responsabilidad de nuestras acciones. No permitamos que dogmas nos dicten quienes somos.
Estoy 100% de acuerdo.
Pero entiendo que solo una minoría de encarnados tiene la capacidad de seguir este sendero. Lo digo basado en mis experiencias y observaciones. Creo que la mayoría:
· Necesitan guías explicitas de dogmas religiosos para tener un concepto sobre lo inmaterial. Esos dogmas les da más certeza sobre Dios y el espíritu. No pueden concebir la vida espiritual sin esos reglamentos.
· Inclusive – quizás muchísimos espiritistas tienen esta conducta y…
Me parece que este es un buen tema de discusión para un grupo o taller. De mi punto de vista, los conceptos presentados en este ensayo nos estimulan a hacer una introspección de los temas. Sin embargo, hay elementos importantes a considerar ya que varios conceptos van a tener diversas perspectivas, las cuales pueden estar basadas en trasfondos históricos, culturales, filosóficos, religiosos, místicos, entre otros. Además, desde los 1860s hasta hoy día, ha habido una evolución en lo que a nivel individual y colectivo entendemos por "libertad", "autonomía", "Dios", etc. Esto apoya la importancia de que seamos también libre-pensadores y reconocer que todo está en procesos de cambio continuo. También la ciencia ha otorgado gran relevancia al concepto del efecto…